Hace unos 200 años la mayoría de los suelos del planeta Tierra tenían su propio ritmo para funcionar como organismos productores y regenerarse con la ayuda hongos, bacterias, todo tipo de microorganismos y animales. Hoy en día, producto de la deforestación, quema, extracción de recursos naturales, la contaminación con plaguicidas y fertilizantes y la pérdida de diversidad genética, los suelos se encuentran en un estado de fuerte erosión y pérdida de fertilidad.

Esto se hace especialmente relevante cuando tomamos en cuenta que nos encontramos en un mundo donde la población crece día a día, los recursos naturales se encuentran en extinción y los ciclos naturales se han modificado y ya no cumplen su función para controlar los efectos de cambio climático.

El suelo es un organismo vivo, que cumple funciones vitales, entre ellas transformar la materia inerte y en descomposición, así como los minerales, en nutrientes para las plantas; controlar las enfermedades de las plantas, los insectos y malas hierbas; mejorar la estructura de los suelos con efectos positivos para la capacidad de retención de agua y nutrientes de los suelos y, por último, mejorar la producción de cultivos. Así también, ayuda a suministrar agua potable, evitar la desertificación y proporcionar resiliencia a las inundaciones y la sequía, y por lo tanto, mitiga el cambio climático a través del secuestro de carbono y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, constituyendo la mayor reserva de carbono orgánico terrestre, que es más del doble de la cantidad que almacena la vegetación.

Además de todas estas acciones beneficiosas para el medio ambiente y la humanidad, el suelo es el hogar de miles de millones de insectos, pequeños animales, bacterias y muchos otros microorganismos, que a su vez son los descomponedores y los que permiten que todo lo antes mencionado ocurra.

Como se mencionó, un suelo sano es capaz de almacenar altos niveles de materia orgánica rica en carbono. La materia orgánica de los suelos, el cual es el producto de descomposición biológica in situ, afecta a las propiedades químicas y físicas y a la salud general de los suelos. Su composición y tasa de degradación afecta a la estructura y porosidad de los suelos, la tasa de infiltración de agua y la capacidad de retención de humedad de estos, la diversidad y actividad biológica de los organismos del suelo, y la disponibilidad de nutrientes de las plantas.

El intercambio de nutrientes entre materia orgánica, agua y suelos es esencial para la fertilidad de estos últimos y ha de mantenerse con miras a una producción sostenible.  Cuando se explotan los suelos sin restablecer la materia orgánica y el contenido de nutrientes, el ciclo de elementos nutritivos se rompe, la fertilidad del suelo disminuye y el equilibrio del agroecosistema se destruye. Así, un suelo enfermo, libera CO2 y lixivia rápidamente el agua, contribuyendo a desestabilizar los sistemas naturales, colaborando de paso con la crisis climática.

Nuestros suelos son la base de la agricultura y el medio en el que crecen casi todas las plantas destinadas a la producción de alimentos.

Así es que los suelos sanos producen cultivos sanos que alimentan a personas y a animales sanos. De hecho, la calidad de los suelos está directamente relacionada con la calidad y la cantidad de alimentos.

Por lo tanto, los suelos sanos son la base para la producción de alimentos saludables y la alternativa a largo plazo para que las siguientes generaciones se puedan seguir alimentando. Se estima que el 95% de nuestros alimentos se producen directa o indirectamente en nuestros suelos.  Por lo tanto, no se pueden producir alimentos sanos, nutritivos y de buena calidad si nuestros suelos no son suelos sanos y vivos. Según la FAO, durante los últimos 50 años, los avances en materia de tecnología agrícola y el aumento de la demanda provocado por el crecimiento de la población han ejercido un creciente presión sobre los suelos. En muchos países, la producción agrícola intensiva ha ocasionado un agotamiento de los suelos que ha puesto en peligro la capacidad productiva de los mismos y la posibilidad de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras. 

Se ha estimado que la población mundial aumentará más de 2.000 millones en los próximos 30 años llegando a más de 9.000 millones de habitantes, y el agravante de la competencia por la tierra y el agua y el impacto del cambio climático.

Está claro entonces que la seguridad alimentaria actual y futura depende de la capacidad que tengan los agricultores y personas relacionadas con el manejo de la tierra, en aumentar los rendimientos y calidad de los alimentos utilizando los mismos suelos utilizados actualmente en la producción, y la misma cantidad de agua también.

Los sistemas de producción sustentables que promuevan y favorezcan la salud de los suelos serán los que perduren a nivel económico, social y ecológicos. Es por esto que los agricultores tienen un papel fundamental en este tema. Hoy existen diversas formas de producción que promueven la gestión sostenible de los suelos con la finalidad de mejorar la productividad; algunos de ellos son la agroecología, la agricultura regenerativa, la agricultura orgánica, el cultivo sin labranza y la agroforestería.

Por lo tanto, si vemos al suelo como un ecosistema vivo y dinámico, lleno de microorganismos que cumplen funciones vitales podemos entender la importancia que tiene para el mundo y la población mundial que se centren los esfuerzos en mantenerlos sanos y regenerar los que se han destruido.

Por último, una mejor comprensión de las relaciones entre el período útil de los suelos y la función de los ecosistemas y el impacto de las intervenciones humanas permitirán reducir los efectos negativos y aprovechar de manera más eficaz los beneficios de la actividad biológica de los suelos con miras a una agricultura más sostenible y productiva.