La eterna lucha entre la teoría y la práctica en ocasiones nos hace olvidar que, para conseguir objetivos de largo plazo, muchas veces debemos sacrificar aquello que a corto plazo aparenta ser un beneficio. Dicho de otra manera, esta es la distancia entre lo que realmente hacemos y porqué lo hacemos a lo que creemos que debemos hacer, lo correcto.

Como factores productivos, los agricultores contamos con dos de los recursos más valiosos de la naturaleza, el agua y la tierra. Pero ¿somos conscientes de cómo debemos cuidarlos para conseguir objetivos alineados a la sostenibilidad y sustentabilidad? ¿Es realmente importante pensar en cómo ser sustentables? Una respuesta superficial, rápida y fría sería un sí inmediato y categórico, sólo considerando las razones económicas y financieras en el mediano plazo. Y es que ningún agricultor que no esté alineado con las prácticas sostenibles de producción, tendrá mercado para sus productos en el mediano plazo.

Sin embargo, más allá de lo económico, ¿contamos con la motivación y el conocimiento para serlo? La motivación tendría que venir de ser conscientes de que nuestros recursos son limitados y están sometidos a una constante degradación, lo que a largo plazo significaría el agotamiento o extinción definitiva del recurso, una idea que sin embargo una minoría todavía no acepta.

Debemos hacer propia la convicción de que nuestras acciones como seres humanos tienen un impacto irreparable en el ecosistema, y como agricultores, esto se refleja mayoritariamente en la degradación de los suelos, base vital que nos permite sostener y nutrir nuestros cultivos, un verdadero laboratorio y cosmos microbiológico que debemos cuidar. El conocimiento y las herramientas para combatir la degradación están en nuestras manos. Todo en la naturaleza se basa en entregar y recibir del medio ambiente lo que éste requiere. Comprenderlo es inherente a nuestra actividad y es la clave para revertir el daño y reestablecer el equilibrio natural, más allá de lo que el mercado quiera.