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Julio Rodiño Durán

Director Editorial

Edición

El negocio de los sentidos

Un gran empresario español ligado al sector vitivinícola una vez me dijo que el mundo del vino era el mundo de los “sentidos”. Sin ninguna intención de despreciar este simple comentario, al cual en ese momento no le presté mayor importancia porque me pareció obvio, seguí conversando con él sobre su historia y cómo había llegado a ser uno de los empresarios vitivinícolas más grandes del mundo. Con el tiempo, y a medida que enriquecía mis propias experiencias y conocimiento sobre este rubro, fui descubriendo que aquella frase era prácticamente una declaración de principios sobre su negocio: impregnaba todo su quehacer y accionar en las diferentes etapas de producción de sus vinos, desde la elección de un terroir al manejo agronómico productivo, y por supuesto, en las diferentes etapas de la vinificación. Todo estaba concebido e ideado para otorgarle a ese vino en particular el potencial necesario para que expresara todo su carácter, cosa que aparentemente sólo se descubre al desarrollar una sensibilidad especial para captar estos estímulos entregados por el vino a través de los sentidos. Es un juego de seducción entre el consumidor, el momento de tomarlo y las virtudes propias expresadas por la cepa en ese vino. Un negocio con mucho “glamour”.

Finalmente entendí que existe hoy más que nunca una fuerte vinculación del vino con el ocio y la cultura; con una conversación placentera y con la belleza del ser y del estar. Esta dimensión sensual (de los sentidos) de degustar un vino es la que está ganando adeptos y que está cambiando los hábitos de consumo en el mercado mundial. Ha sido una constante la disminución per cápita del volumen en pos de una mayor calidad y búsqueda de diferenciación. El consumidor gasta el mismo dinero o más, pero en menos volumen. Busca ya no sólo la calidad, sino vinos diferentes con un mayor significado e identidad. En consecuencia, ha dejado de ser un negocio de volumen para pasar a ser un negocio boutique.

En definitiva, la percepción sobre este producto ha evolucionado y el consumidor está más educado. Todos los atributos y esta nueva dimensión le otorgan al vino un mayor poder al consumidor y se intensifican cada vez más en su mente y experiencia a la hora de degustar o pensar en el vino. La manera de diferenciarse entonces representa más que nunca un mayor desafío para los departamentos de marketing de las bodegas.

En la forma, sabemos que la presentación del vino a través de su etiqueta y botella adquiere más relevancia e ingenio para las bodegas. La etiqueta, en primer lugar, dispone de nada más que tres segundos para atraer la atención del consumidor en una vitrina, lo que ha llevado a los diseñadores a proponer etiquetas cada vez menos convencionales. Un ejemplo de esto son las tintas sensibles a la temperatura que cambian de color cuando el vino adquiere las condiciones ideales para su degustación.

En el fondo, la búsqueda de elementos diferenciadores más allá de las denominaciones de origen (DO), han desembocado en la experimentación con cepas no tradicionales para otorgarle al vino una expresión e identidad única y exclusiva, un concepto casi metafísico del negocio. En las páginas interiores de esta edición el lector encontrará algunos ejemplos de lo que se está haciendo hoy en Chile en este fascinante mundo de los sentidos.

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