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Julio Rodiño Durán

Director Editorial

Edición

Por una ruralidad más fuerte

En 1957 sólo el 30 por ciento de la población del mundo habitaba en áreas urbanas. En algunos países desarrollados las tasas de habitabilidad urbana variaban entre 32 y 44 por ciento, mientras que en países menos desarrollados esta tasa era del 23 por ciento. En contraste, para el año 2030 se espera que cerca del 65 por ciento de la población del mundo viva en ciudades, con casos algunos extremos como los de Austria y Bélgica, cuya población se estima estará concentrada en un 95% en suelos urbanos. Este cambio ha ocurrido a la par de la transformación tecnológica y económica de los países, proceso en el que las migraciones y variaciones en las formas de habitar y producir han generado cambios o reforzado patrones de vida en los espacios rurales y en los espacios urbanos.

En Chile la modificación en las proporciones y distribución de la población entre urbe y territorio rural ha tenido como constante la agrupación creciente de la población alrededor de grandes ciudades y pueblos. Es así que Chile presenta sólo un 13 por ciento del total de habitantes residentes en zonas rurales. Y no debe sorprendernos que un 50 por ciento de ellos habite en las regiones de O’Higgins, Maule, Bio Bio y Araucanía.

Esta situación nos plantea algunas interrogantes: ¿Es deseable para el desarrollo de nuestro país esta distribución de población? ¿Cómo impacta en la calidad de vida y en las posibilidades de cambio de nuestra estructura productiva esta tendencia? ¿Cómo enfrentar tasas de crecimiento negativo en algunas zonas rurales? ¿Cómo pensar el desarrollo cuando el sentido de comunidad se pierde porque el imaginario colectivo sólo provee de expectativas ligadas a la vida en la ciudad?

Debemos pensar en factores que potencien y otorguen valor a la vida y trabajo en zonas rurales. Potenciar proyectos de desarrollo que sustenten las posibilidades de creación y recreación de formas de vida ligadas al trabajo agrícola y a la agroindustria. Desde ese punto de vista se hace evidente la necesidad de iniciativas que provengan del sector público pues se deben abordar aspectos relacionados con la conectividad, infraestructura vial, inversiones en riego y drenaje, acceso a servicios sociales, comerciales y financieros.

La reversión de una tendencia migratoria campo ciudad tendría evidentes beneficios para las perspectivas de desarrollo rural, y por consiguiente una mejora sustancial en el desarrollo de los negocios ligados a nuestro rubro. Pero no es una utopía. Por eso un ejemplo interesante de conocer es el de Nueva Zelanda, país que ha implementado con gran éxito, múltiples iniciativas político-estratégicas conducentes a fortalecer al sector agropecuario.

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