A DESPERTARSE
En la foto del mes, destacamos esta imagen de cafetales en Brasil
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La mirada al cielo, tantas veces y para pedir tantas cosas, en esta ocasión fue para agradecer. Entre lo mucho que define a Argentina, sin dudas el fútbol y el campo son dos de las principales y esta vez se cruzaron. Después del golpazo que significó la caída con Arabia Saudita en el partido del […]
La mirada al cielo, tantas veces y para pedir tantas cosas, en esta ocasión fue para agradecer. Entre lo mucho que define a Argentina, sin dudas el fútbol y el campo son dos de las principales y esta vez se cruzaron. Después del golpazo que significó la caída con Arabia Saudita en el partido del debut del mundial, un ingeniero agrónomo cordobés llamado Carlos Faricelly decidió apoyar a la selección de una manera muy especial: a lo grande. Un lote entero de maíz de grande. Como quien pinta un cuadro, en su campo de Río Cuarto hizo aparecer la cara de Lionel Messi. Pero en este caso, los pinceles fueron semillas. Al variar las densidades de siembra es que surgen las líneas y los contrastes. El diseño se hace con una imagen geoposicionada en un lote en particular, conformada por polígonos a los que se le asignan dosis específicas de semillas que definirán el contorno y contenido de la imagen.
Varias cosas pasaron desde ese momento. Lo primero fue que decidió subir la imagen a su cuenta de Twitter, lo que llevó a que otros agricultores quisieran sumarse al homenaje y que Carlos pusiera a disposición de quien le pidiera el archivo con la prescripción para hacerlo. Lo segundo, que la selección argentina empezó a ganar y ganar. Para cuando terminó el mundial, para cuando Messi levantó la copa y Argentina cortó su sequía de 36 años, otros veinte Messis habían surgido en lotes de maíz, incluyendo uno de más de 50 hectáreas en Los Cóndores. Pero hay, además otra sequía. Más de la mitad del territorio argentino tiene un importante déficit hídrico, que representa una pérdida de 10 mil millones de dólares y dos puntos del PIB. El rostro de Messi mira al cielo. Quién sabe, quizás también pueda hacer llover.
Fotografía: Satellogic
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Es común que la fertilización en cultivos no se haga correctamente, sin perjuicio de que una parte de los agricultores la realice de forma adecuada. En muchas ocasiones se fertiliza con elementos que están en el suelo en cantidades altas, o al menos suficientes, o no se aplican nutrientes que la planta necesita o bien […]
Es común que la fertilización en cultivos no se haga correctamente, sin perjuicio de que una parte de los agricultores la realice de forma adecuada. En muchas ocasiones se fertiliza con elementos que están en el suelo en cantidades altas, o al menos suficientes, o no se aplican nutrientes que la planta necesita o bien se los aplica en una menor dosis. Esto ocurre, básicamente, por no tener un análisis de suelo, por no hacer una adecuada interpretación del análisis, o simplemente por no tomar de forma adecuada la muestra para su análisis. Por otra parte, es frecuente que no se consideran los aportes que recibe el suelo durante el desarrollo de los cultivos, provenientes de la materia orgánica, de la incorporación de rastrojo, del agua de riego, etc., o no se considera el mayor aprovechamiento de nutrientes en profundidad cuando el suelo se ha subsolado de buena forma.
Las especies requieren trece nutrientes minerales esenciales para maximizar el crecimiento y el rendimiento.
– Macronutrientes primarios, que se precisan en mayor cantidad: nitrógeno (N), fósforo (P), potasio (K).
– Macronutrientes secundarios, que son requeridos en cantidades menores que los macronutrientes primarios: azufre (S), calcio (Ca), magnesio (Mg).
– Micronutrientes, los cuales se requieren en baja cantidad, especialmente boro (B), zinc (Zn) y ocasionalmente manganeso (Mn). Cloro (Cl), cobre (Cu), hierro (Fe) y molibdeno (Mb) prácticamente siempre se encuentran en el suelo en cantidades suficientes.
Ocurre con frecuencia que los productores no aplican un determinado nutriente, el cual, si por azar, se encuentra en cantidades suficientes en el suelo, no se traducirá en un efecto negativo. Pero si se encuentra en una cantidad deficitaria, sí se afectará el rendimiento. Inversamente, también pasa que se agrega en la fertilización algún(os) elemento(s) que no se requiere(n), por encontrarse en el suelo en cantidades suficientes, provocándose un gasto innecesario y/o causando un desbalance en la proporción que debe existir entre ciertos nutrientes en el suelo.
El análisis de suelo resulta fundamental, siendo la base para realizar una fertilización eficiente en que se establezca la mejor relación costo beneficio. El valor que cobran los laboratorios por los análisis, llevado a 1 hectárea, alcanza en promedio $3.000-3.500, suma que resulta insignificante y que puede permitir un gran ahorro en el costo de fertilización de los cultivos. Esto actualmente alcanza una relevancia máxima, dado el valor de los fertilizantes.
La toma de muestras tiene que ser correctamente realizada, de manera que los resultados que informen los análisis sean confiables. Cada muestra debiera considerar como máximo veinte hectáreas de suelo, siempre que dicha superficie muestre características uniformes y provenga de un mismo cultivo anterior. En caso de que no se cumplan estas condiciones, se debe achicar la superficie de la muestra para que los valores de las variables sometidas a análisis representen de la mejor forma al suelo muestreado. Un error común es que se tome una sola muestra en superficies de 40-50 y de hasta 100 hectáreas, lo que afectará la correcta toma de decisiones.
Cada unidad de muestreo debe estar representada por al menos 15 submuestras, las cuales deben tomarse haciendo un recorrido en X o en zigzag por la superficie y considerando puntos que sean equidistantes.
Cada submuestra debe estar constituida por la misma cantidad de tierra. En este sentido, si en un punto de muestreo se toma el doble del volumen de tierra que en otro y ese punto presenta 50% más de fósforo, el valor en el análisis reflejará un mayor contenido de P que lo que corresponde, distorsionándose la información.
Hay instrumentos específicos para muestrear suelo (fotos 1 y 2) y también barrenos, que permiten sacar una cantidad similar de suelo en cada lugar. Varios laboratorios tienen además servicio de muestreo, lo que facilita la tarea a los productores y garantiza una buena realización del muestreo.
Los datos tienen que ser revisados por una persona con las competencias necesarias, porque se requiere un conocimiento de los elementos minerales, de su interacción, de su comportamiento en el suelo y también de otras variables químicas que se consideran en los análisis. Es también relevante conocer acerca del crecimiento y desarrollo de las especies cultivadas, sabiendo sus requerimientos totales y su demanda a través de las distintas etapas fenológicas de las plantas. Los requerimientos de nutrientes son propios de cada cultivo y se incrementan a medida que aumentan los rendimientos.
Muchos productores pequeños, medianos e incluso grandes usan, a través del país mezclas estándares disponibles en el mercado y que aparecen denominadas como mezclas maiceras, trigueras, paperas, poroteras, etc. Las mezclas no deben identificarse en ningún caso con nombres de cultivos: siempre lo primero será saber los contenidos de los elementos en cada suelo.
El uso de este tipo de mezclas y lo incoherente que resulta aplicarlas se analizará en el siguiente ejemplo: desde O´Higgins hasta Ñuble, zona en que se siembra mucho maíz, se utiliza ampliamente la mezcla 17 – 20 – 20, llamada maicera, en 500 kg/ha. Al considerar dicha mezcla en la dosis señalada, se estaría aplicando 100 kg de P2O5/ha/ y 100 kg de K2O/ha; esto se traducirá casi con seguridad, en errores que se manifestarán en una subfertilización (si las cantidades requeridas de P y/o de K eran mayores que 100kg/ha) o sobrefertilización del maíz (si las cantidades requeridas eran menores). Además, el cultivo podría haber requerido de otros elementos como magnesio, boro o zinc, que no forman parte de la mezcla mencionada. O sea que con alto nivel de certeza se estará haciendo una fertilización equivocada, atentando directamente contra la rentabilidad del cultivo. En una frase, al usar mezclas estándares, sin tener un análisis de suelo que respalde su uso, todo quedará librado al azar.
Cada suelo es distinto en sus propiedades químicas y físicas, se cultiva con rotaciones distintas, con quemas o incorporaciones de rastrojo, con manejos de suelo diferentes, muchas veces con uso de enmiendas como guano, productos húmicos, cal y yeso, etc. Por lo tanto, cada suelo requerirá de distintas recomendaciones para su fertilización y siempre respaldadas por un análisis de suelo.
Corresponden a fertilizantes que se hacen reaccionar químicamente provocando su fusión. Así se genera un contenido uniforme de distintos nutrientes en cada grano de fertilizante (foto 3). Las ventajas de esto sobre las mezclas físicas es que cada grano contiene distintos nutrientes en una cantidad uniforme, que son gránulos de tamaño relativamente similar, lo que favorece su distribución, y compactos, con lo que no generan polvo al ser manipulados.
Las mezclas químicas lograrán un mejor aprovechamiento de los nutrientes al estar contenidos en cada grano y al distribuirse en forma homogénea, ya sea ubicados en banda al lado de cada hilera de cultivo en siembras mecanizadas, o también, aunque perdiendo eficiencia, si son aplicados al voleo.
La desventaja de las mezclas químicas es que vienen formuladas del extranjero, con proporciones de los elementos que muchas veces no se ajustan a los requerimientos de los productores y que deben ser manipuladas en Chile agregando fertilizantes, ya sea para cambiar las proporciones de los nutrientes o bien para agregar nutrientes que no vienen considerados en la mezcla. Con ello se pierde parte de la ventaja que ofrecen estos productos, terminando muchas veces en una cuestión híbrida que considera de base una mezcla química, pero que con la adición de fertilizantes toma el carácter de una mezcla física.
Es un elemento con presencia muy variable en el suelo, ya que se lixivia con el agua y se volatiliza a la atmósfera. Por esto, hay permanentes pérdidas de N en el sistema, las que son claramente mayores a las ganancias que pueden provenir de la descomposición del rastrojo, de la liberación de N por parte de la materia orgánica y/o en algunas áreas del aporte del agua de riego. Esta variabilidad del N en el suelo determina que los análisis de suelo no reflejen más que la realidad del momento en que se tomó la muestra y por lo tanto no deben considerarse para definir la dosis de N en los cultivos.
Según lo señalado, es importante hacer una estimación de los aportes de N del suelo y conocer los requerimientos de los cultivos para fertilizar con la mayor eficiencia, teniendo presente que casi todos los suelos de Chile son deficitarios en N y deben ser fertilizados con cantidades más bien altas.
Factores que permiten reducir las dosis de N, haciendo más eficiente su uso:
Con cierta frecuencia, en cultivos como maíz y trigo se sobrefertiliza con N, por no considerarse los factores enunciados que posibilitan una reducción de la fertilización y porque en general se fertiliza pensando en rendimientos más altos que los que el productor puede lograr.
El fósforo no debe fallar en los estados iniciales porque juega un rol importante en la formación y crecimiento inicial de raíces, lo que permitirá una mejor y mayor absorción de los demás elementos para la nutrición completa de la planta. Por presentar una escasa movilidad en el suelo, en cultivos que se siembran con entrehileras amplias como maíz, remolacha, poroto y girasol, es recomendable ubicar el fósforo cerca de las semillas, a 4-5 cm (foto 5), o en la hilera en caso de usar SPT. En cereales como trigo y avena podrá localizarse el fósforo entre las hileras (foto 6), si se cuenta con alguna de las sembradoras modernas que vienen acondicionadas para ello o distribuirse a través de sembradoras tradicionales que cuentan con cajones abonadores y en que el P puede localizarse sobre las hileras.
Siempre debe priorizarse la cercanía del fósforo respecto de la ubicación de las semillas. La mezcla inicial debe contener todo el fósforo, no así el N, el S, o el K, que pueden distribuirse en pre siembra y/o en post emergencia. En cereales de otoño invierno, de no contar con sembradoras que puedan fertilizar, el fósforo debe distribuirse con trompo, pero siempre aplicando toda la dosis en pre siembra.
El K se relaciona con el uso eficiente del agua, aspecto siempre relevante, pero que cobra aún más importancia en tiempos de sequía. La compactación del suelo, por otra parte, provoca una menor aireación reduciendo en forma importante su disponibilidad. Un déficit de agua, en tanto, también determina una menor absorción de K. En cultivos del sur, como trigo y raps se realizan aplicaciones en pre siembra, en la siembra y/o en post emergencia. Esto, dependiendo del contenido de K en el suelo, de temas logísticos y de los estados en que mayormente necesitan ser abastecidos los cultivos.
Este último aspecto es importante en la mayor eficiencia que se tenga con la fertilización potásica; así, por ejemplo, en raps hay un bajo requerimiento de K hasta que alcanza el estado de roseta y, si a ello se suma la lixiviación por las lluvias, puede recomendarse toda la dosis a fines de roseta o a inicio de elongación del tallo floral, siempre que el contenido medio en el suelo permita suplir los requerimientos iniciales del cultivo.
En cultivos de riego de primavera verano, el K se aplica generalmente en banda incluido en la mezcla fertilizante. Hay quienes también lo distribuyen parcial o totalmente en pre siembra y quienes aplican parte en banda con la sembradora y parte en post emergencia. En caso de contar con riego por pivote, de todos modos, debe fertirrigarse, pudiendo ser aplicado en parcialidades conjuntamente con el N.
Los microelementos pueden ser aplicados incluyendo fertilizantes específicos en las mezclas físicas, por ejemplo, boronatro calcita, a través de mezclas químicas, impregnados o revestidos (coating) en los granos de las mezclas (foto 7) y, por último, vía foliar en post emergencia. La forma más eficiente es aplicarlos al suelo para que sean absorbidos por las raíces, ya sea formando parte de las mezclas químicas en fertilizantes monograno o impregnando las mezclas físicas. De esta manera, cada grano contendrá él o los microelementos que se requieren, asegurando el abastecimiento para las plantas. Esto no sucede al agregar un fertilizante en base a boro o zinc a una mezcla física, ya que como se requieren en muy baja cantidad, quedan muy mal distribuidos en el suelo, habiendo una parte de las plantas que no alcanzan los granos de los micronutrientes.
Igualmente, debido a temas logísticos, en el sur, por ejemplo, se aplica boro en forma de boronatro calcita distribuyendo el fertilizante con trompo en pre siembra. Otro microelemento que ocasionalmente puede faltar es el manganeso, sobre todo en suelos arenosos. Los microelementos también pueden ser fertirrigados, aplicando ácido bórico, sulfato de zinc y/o sulfato de manganeso.
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El comercio internacional del maíz, al igual que el de todos los commodities, continúa afectado en las cadenas de suministro y en la logística de transporte por los efectos de la pandemia. A esto se suman los efectos del conflicto bélico en Ucrania.
Aun cuando Chile no importa maíz desde los países en conflicto, la participación de Ucrania en el comercio mundial lo hace relevante en la determinación de los precios internacionales, tal como ocurre con el trigo. Según cifras del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (WASDE, marzo 2022), las exportaciones de Ucrania corresponden al 13,1% del total mundial y representan el 78,7% de la producción de ese país. Las exportaciones de Rusia, en tanto, solo representan el 2,2% del total mundial y corresponden al 28,8% de su producción.
Entre las proyecciones de marzo para el mercado del maíz, de la fuente citada, se indica que para la actual temporada 2021/22 las exportaciones mundiales son un 1,9% menores a lo proyectado en el mes de febrero, indicando, hasta ahora, que se esperaría un impacto menor en el comercio global de maíz. En estas proyecciones se considera que no habría cambio en las exportaciones de Rusia y se estima una reducción de 17,9% en el caso de Ucrania con respecto a lo proyectado en febrero, disminución asociada al conflicto y a las dificultades que enfrenta ese país para exportar sus granos.
Con respecto a los inventarios mundiales de maíz, se ha apreciado que el indicador que mide su relación con respecto a la demanda (stock/consumo) viene presentando una disminución sostenida desde la temporada 2016/17, cuando alcanzó a 32%, hasta la recién pasada 2020/21 en que llegó a 25,6%. La proyección para la presente temporada 2021/22, que se extrae de las cifras del informe WASDE de marzo, indican una relación stock/consumo de 25,3%, levemente inferior al nivel de la temporada anterior.
Si solo se consideraran las cifras presentadas, se podría esperar que el mercado internacional del maíz se mantenga en la tendencia que venía mostrando antes del conflicto, pero sin duda es muy prematuro afirmar eso. Sin mediar nuevos shocks, es esperable que los precios internacionales se mantengan en los niveles de las semanas anteriores al inicio de conflicto, dado que durante ese periodo se ha presentado una mayor volatilidad.
A nivel nacional, se estima que la superficie de maíz para consumo animal alcanzará las 48.314 hectáreas en la temporada 2021/22, de acuerdo con lo informado en la Encuesta de Superficie de Cultivos Anuales (INE, 2022). Esto representa una reducción de 19,1% (12.089 ha) respecto a la temporada 2020/21, siendo la segunda caída anual más relevante en la superficie desde la temporada 2014/15, en donde se alcanza el peak de siembra (118 mil ha), considerando como temporada base 2010/11.
Entre las principales razones que explican las disminuciones en la superficie cultivada del grano, se encuentra la menor disponibilidad del recurso hídrico. Luego de trece años continuos de sequía, el 2021 se cierra como el cuarto año más seco en la historia del país, registrando un déficit de precipitaciones de más de un 50%. A esto se suma el incremento en los costos de establecimiento del cultivo, por el aumento del costo de los insumos, y la mayor volatilidad en el mercado, que ha incrementado el riesgo de esta actividad productiva.
Finalmente, dando cuenta del contexto internacional explicado inicialmente en el presente análisis de mercado1, se observa que los precios internacionales del grano han registrado un alza de 31% en promedio en un año (febrero 2021/ 2022)2, los costos de importación3 (CAI4) se han incrementado en 39% en el mismo período y los precios nacionales pagados a productor han presentado un alza de similar magnitud.
De este modo, sin mediar nuevos shocks, para el periodo de cosecha en Chile, es esperable que los precios internacionales se mantengan en los niveles de las semanas anteriores al inicio de conflicto armado entre Rusia y Ucrania, lo que se refleja en precios internos superiores a los de la temporada anterior.
1. Mayor detalle estadístico, revisar “boletín de cereales”, rubro maíz, en el siguiente link: https://www.odepa. gob.cl/publicaciones/boletines
2. Maíz Amarillo FOB Rosario Minagri, Argentina y Maíz Yellow N° 2 FOB Golfo, Estados Unidos
3. CAI entendido como el Costo de internación aplicado al maíz. Mayor detalle revisar el siguiente link: https:// www.odepa.gob.cl/indicador-de-costo-de-internacion-de-maiz-puesto-en-melipilla-chile
4. El CAI corresponde a una estimación del costo de comprar maíz en el mercado internacional, desde un país determinado, puesto en Melipilla. Un cambio en el precio internacional a corto plazo, que se refleje en la estimación del CAI, no siempre será transmitido a los precios nacionales, en tanto no se considere que esto cambios son permanente en el tiempo. Con todo, el principal valor del indicador dar cuenta de las tendencias de mediano y largo plazo.
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La temporada 1986-1987, por ser aquella en que se realizó el VI Censo Nacional Agropecuario, se consideró como base para el análisis de lo que ha pasado en Chile con los cultivos en las últimas cuatro décadas. En el Cuadro 1 se puede observar la gran disminución de superficie sembrada con cultivos anuales, que ha […]
La temporada 1986-1987, por ser aquella en que se realizó el VI Censo Nacional Agropecuario, se consideró como base para el análisis de lo que ha pasado en Chile con los cultivos en las últimas cuatro décadas. En el Cuadro 1 se puede observar la gran disminución de superficie sembrada con cultivos anuales, que ha caído desde aproximadamente 1.220.000 hectáreas en la temporada 1986-1987 a algo menos de 600.000 hectáreas en la temporada 2020- 2021. Información actual más certera se tendrá con los datos del VIII Censo Nacional Agropecuario realizado el año 2021, cuyos resultados estarán disponibles en el segundo semestre de 2022.
A partir de las cifras del Cuadro 1, se concluye que actualmente se está sembrando algo menos del 50% de la superficie que ocupaban los cultivos en la temporada 1986- 1987. Esta gran disminución se explica por varios factores, destacando entre ellos la creación del decreto Ley 701 de 1974, a través del cual se incentivó la plantación de bosques mediante bonificaciones que hacían muy atractivo invertir en la actividad. Esto determinó que una cantidad no menor de hectáreas agrícolas se destinara a plantaciones forestales. Otro factor importante, que explica el retroceso de la superficie dedicada a cultivos, es el gran aumento de hectáreas plantadas con frutales en los últimos treinta años, con una cifra que aumentó desde 171.676 hectáreas en el año 1990 hasta 344.282 hectáreas el año 2020 (incremento de 173.000 ha).
Si a estos dos factores, se agrega que en el transcurso de los últimos cuarenta años una importante superficie agrícola fue incorporada al espacio urbano, se pueden tener las causas que explican básicamente la menor superficie sembrada con cultivos en la actualidad y los cambios que ha habido en el uso de suelos. Por último, aunque con un menor impacto sobre la superficie sembrada, cabe agregar, por una parte, que hay zonas o lugares de secano en la zona central y centro norte que han dejado de sembrarse por la falta de precipitaciones.
El trigo ha disminuido un tercio su superficie sembrada, reduciéndose de 676.000 hectáreas a 226.000 en los últimos 35 años. La menor superficie de trigo y de legumbres como el poroto, el cual, en el mismo período bajó su superficie en 75.000 hectáreas, explican mayormente la gran disminución de la superficie sembrada con cultivos anuales en el período comprendido entre 1986 y 2021. En poroto, la superficie sembrada en 2020-2021 alcanzó sólo el 12% de la superficie sembrada en 1986-1987. Otras disminuciones en el área sembrada de cultivos se pueden apreciar en el Cuadro 2.
En los cereales más importantes y en cultivos como papa, raps y remolacha, los rendimientos han crecido significativamente a través del período en estudio, aumentando en general cerca del 200%, con cifras que varían entre 161% en el caso del arroz y 217,3% en el caso la papa (Cuadro 3).
Las grandes alzas de rendimiento pueden explicarse en base a avances importantes y sostenidos en el tiempo en los siguientes principales aspectos productivos:
• Preparación del suelo y de la cama de semilla: el progreso se basa, por una parte, en el creciente uso de arados subsoladores, que favorecen la preparación del perfil del suelo, y por otra, en el uso de rastras rotativas que permiten mullir mejor los suelos, especialmente los más arcillosos. Muy importante considerar también el uso cada vez mayor de las llamadas rastras incorporadoras de rastrojo, que logran una buena mezcla del rastrojo con el suelo, aspecto muy importante para su descomposición, pudiendo también emplearse para lograr un buen mullimiento de la cama de siembra.
• Genética: los potenciales de rendimiento se han incrementado significativamente a través del mejoramiento genético y de la aparición permanente de nuevas variedades en casi todos los cultivos. Variedades básicamente importadas, como por ejemplo, en maíz, raps y remolacha, que se adaptan muy bien a las condiciones del país, y más bien de procedencia mixta (nacional e importada) en cereales como trigo.
• Siembra: avances en calidad de siembra, por camas de semilla mejor logradas, pero, especialmente, por la calidad de las máquinas sembradoras que han ingresado al país. Su uso ha permitido optimizar poblaciones y lograr mejores distribuciones de las plantas.
• Nutrición y fertilización: el avance en los productores, respecto de considerar cada vez más los análisis de suelo, es un factor clave.
Por otra parte, la aparición de nuevos productos fertilizantes, y la conciencia y mayor certeza de los productores para aplicar los nutrientes correctos, las dosis adecuadas y en los momentos oportunos han favorecido mucho los rendimientos.
• Riego: un aspecto que ha mejorado muchísimo, sobre todo por la tecnología de riego que se ha implementado a través del uso de pivotes en una superficie importante y también de carretes, aunque en menor medida. El uso de pivotes (Foto 1) permite además fertirrigar, lo que determina una entrega más eficiente de los nutrientes en el tiempo y con un menor costo de fertilización.
• Agroquímicos y tecnologías de uso: el desarrollo de productos nuevos, la mayor efectividad y especificidad en el control de ciertas malezas, plagas y enfermedades y la tecnología de los equipos aplicadores, incluyendo los drones (Foto 2), permiten que los cultivos puedan crecer más sanos y libres de maleza.
• Investigación, mayor conocimiento y preparación de los actores del agro: el avance global en estos temas ha sido importante, contribuyendo también significativamente a los resultados.
Respecto de los cultivos, cabe destacar la actividad relacionada con la producción de semillas de exportación que se desarrolla en el país. En la temporada 2020-2021 se dedicaron 21.011 hectáreas a la producción de semillas, excluyendo cultivos hortícolas, forrajeros y de flores.
En el Cuadro 4, destaca nítidamente la Región del Maule por tener la mayor superficie sembrada con cultivos para semilla de exportación en cada una de las especies señaladas, aportando un 54,6% de la superficie total ocupada por semilleros en la temporada 2020-2021. Le siguieron las regiones de O’ Higgins (12,3%), Ñuble (11,3%), Biobío (9,8%), RM (8,1%) y La Araucanía (3,4%).
Datos de ANPROS, de 2015-2016, por otra parte, indican que los semilleros ubicados entre las regiones de Maule y Biobío representaban un 55% del total del país, mientras que en la temporada 2020-2021 crecieron en conjunto más del 20%, alcanzando al 76%. Las regiones Metropolitana y de y de O´Higgins, en tanto, que abarcaban el 40%, hoy suman el 20% de la superficie de semilleros sembrada en el país. La principal causa del desplazamiento de los semilleros hacia la zona centro sur tiene que ver con la mayor seguridad de abastecimiento hídrico y con la posibilidad de contar mayormente con superficies regadas por pivote.
En el Cuadro 5, se aprecia que la cifra total de exportación de semillas en el país, considerando el promedio de los años 2018 y 2020, alcanzó los 370 millones de dólares. Cabe destacar que este valor prácticamente duplica al promedio anual que se obtuvo en el período 2003-2007, en que el valor fue de 187 millones de dólares. En el Cuadro 5 se presentan también los valores de exportación de semillas en dólares de cada cultivo o grupo de cultivos, destacando las hortalizas, pero con muchas especies involucradas, entre ellas pimiento, pepino, zapallo, coliflor, brócoli y repollo. Como especie individual, la especie que aporta el mayor valor de exportación de semillas es el maíz (Foto 4), que en los años 2018 y 2020 contribuyó en promedio con un 25% del valor total de exportación, con un promedio de 93 millones de dólares anuales. A continuación, se ubican los cultivos de girasol y canola (Foto 5), especies que, en conjunto aportaron, como promedio de esos dos años, casi un 13% del valor total exportado.
El calentamiento global, que entre otros aspectos se manifiesta en temperaturas máximas crecientes, está afectando a los cultivos, sobre todo en las zonas centro y centro sur y, aunque en una medida algo menor, también en la zona sur. Para graficar lo señalado, en el Cuadro 6 se puede apreciar que, de los diez años más cálidos en Chile, considerando las temperaturas medias, los cinco valores más altos se han presentado justamente entre los años 2015 y 2020. Y si se consideran los diez años más cálidos, ocho de ellos correspondieron a años de la década comprendida entre 2011 y 2020. Esto pone en evidencia que el clima está siendo más caluroso y, lo que es más grave, con presencia sostenida de olas de calor.
El aumento de las temperaturas medias en el país, que alcanzó su mayor expresión en los años que ocupan los primeros cinco lugares del ranking, se reflejó en valores que variaron entre 0,64°C y 1,03°C (Cuadro 6).
Se considera ola de calor toda vez que la temperatura máxima diaria supera el percentil 90 diario de distribución histórica por tres días consecutivos. Chile, en general, muestra una tendencia positiva, respecto a los eventos de olas de calor, sobre todo entre las regiones de Aconcagua y Biobío. Como ejemplo, en la temporada 2019-2020 se registraron nueve eventos de olas de calor en Curicó y siete eventos en Chillán. Estos eventos han venido incrementándose en los últimos años, con el consiguiente perjuicio para el crecimiento de las plantas y el rendimiento de los cultivos.
En 2021 la ola de calor más larga fue de 8 días (Cuadro 7), valor muy superior a los 3 días que duraba la ola de calor más larga del año hasta la década de los 80. Además, en Santiago, durante 2021 se registraron 66 días con temperaturas superiores a 30°C. Esta marca es inferior al récord absoluto registrado en el año 2020 (con 87 días), pero muy superior a la que se registraba hasta la década de los 80, con poco más de 40 días con temperaturas superiores a los 30°C.
En el Cuadro 8, se presenta el número de días con temperaturas sobre 32°C en tres localidades importantes dedicadas a cultivos, considerando las temporadas comprendidas entre 2015-2016 y 2019-2020. La información fue recopilada de las estaciones meteorológicas correspondientes a la Red de INIA, considerándose una localidad de la Región de O’ Higgins (San Vicente), una localidad de la Región del Maule (Linares) y una localidad de la Región del Biobío (Los Ángeles).
En la localidad de San Vicente se puede observar cómo fue subiendo la cantidad de días con temperaturas mayores a 32°C, pasando de 21 días con más de 32°C (en 4 de ellos se superaron los 34°C), a 50 días con más de 32°C (27 de ellos con más de 34°C). La comparación se estableció entre las temporadas 2015- 2016 y 2019-2020 (Cuadro 7).
El principal cultivo en San Vicente de Tagua-Tagua es el maíz, siendo también importante el trigo y cultivos hortícolas de primavera-verano como melón, sandía y tomate. Todos ellos resienten su crecimiento y sus rendimientos con temperaturas tan altas como las referidas y con las olas de calor que se produjeron, especialmente, en las últimas tres temporadas del quinquenio analizado en el Cuadro 8.
En Linares, durante las temporadas 2018-2019 y 2019-2020, se presentaron 18 y 24 días con temperaturas sobre 32°C, con 11 y 7 días de temperaturas sobre 34°C, respectivamente, destacando en el área los cultivos de trigo, maíz, poroto, remolacha y semilleros de cultivos.
En Los Ángeles, en tanto, se presenta el menor nivel de altas temperaturas, situación que se observa al revisar los datos de las temporadas 2015-2016 a 2018-2019, en que los días sobre 32°C fueron tan sólo entre 0 y 3, lo que resulta muy favorable. Si a ello se suma que en Los Ángeles hay una superficie importante regada por pivote, alta seguridad hídrica y un buen nivel de productores en cuanto a mecanización y tecnología, la realidad para los cultivos de riego es en general bastante buena. En maíz, por ejemplo, a pesar de que se siembran variedades de ciclo más corto y de menor potencial que en San Vicente, los rendimientos promedio obtenidos en ambos lugares son prácticamente iguales o ligeramente mejores en el área de Los Ángeles.
Las altas temperaturas, 32°C hacia arriba, y en especial las olas de calor que ocurren mayormente de Ñuble al norte y que se prolongan por 4-5 días y hasta por más de una semana, afectan considerablemente a los cultivos. En cultivos de otoño – invierno como el trigo, temperaturas sobre 30°C producen efectos negativos sobre el llenado de granos, acortándose la duración de dicha etapa y afectando el peso de los granos. Golpes de calor, por otra parte, con temperaturas de 30° o más entre grano lechoso y pastoso, especialmente en días consecutivos, pueden interrumpir el llenado de granos originando granos chupados. Por otra parte, temperaturas sobre 30°C en floración, favorecen la abscisión de flores.
En cultivos de primavera verano, como maíz y poroto, temperaturas sobre 30°C en etapas vegetativas aceleran el desarrollo en desmedro del crecimiento, afectándose el área foliar y el grosor de los tallos. En poroto, además, se provocará una disminución en el número de ramas por planta. Si de floración en adelante las temperaturas pasan de 31°C en poroto o de 34°C en maíz, se afectará la polinización, se favorecerá el aborto de granos y los granos alcanzarán un menor peso. En poroto, temperaturas sobre 31 a 32°C en floración aumentarán además la abscisión de flores.
En cultivos como raps, en tanto, temperaturas superiores a 29-30°C pueden reducir la fertilidad de las flores, causar infertilidad del polen, y producir caída de silicuas y aborto de granos. Temperaturas de ese nivel pueden ocurrir comúnmente en semilleros de canola o de raps primaverales realizados en la zona centro sur, cuyas siembras se hacen en la segunda quincena de septiembre y durante el mes de octubre. Los efectos negativos que se han mencionado por altas temperaturas, se acentúan claramente cuando los cultivos enfrentan olas de calor.
Si al efecto que producen las altas temperaturas y las olas de calor, se suma el problema de falta de precipitaciones y de sequía que ha enfrentado gran parte del país en los últimos trece años, el panorama para los cultivos tradicionales se ha visto en general desmejorado, produciéndose en muchos lugares efectos importantes en los rendimientos. Esto, especialmente de Chillán al norte, pero sin dejar de lado la zona sur donde también en los últimos años han ido aumentando las temperaturas y los problemas de déficit hídrico.
Desde 2010, el territorio comprendido entre las regiones de Coquimbo y de La Araucanía ha experimentado un déficit de precipitaciones cercano al 30%. Esta pérdida de lluvias ha permanecido desde entonces en forma ininterrumpida y ocurre, además, en la década más cálida de los últimos cien años, exacerbando el déficit hídrico a través de la evaporación de agua desde lagos, embalses y cultivos. La persistencia temporal y la extensión espacial de la actual sequía son extraordinarias en el registro histórico y por eso ha recibido el nombre de “megasequía”. En el Cuadro 9, se observa la clara disminución de las precipitaciones en la década 2010- 2019, en comparación con las tres décadas anteriores. En este sentido, al considerar cuatro capitales regionales representativas, como Santiago, Talca, Chillán y Temuco, los cálculos indican que las precipitaciones se redujeron, como promedio, en 42%, 27%, 26% y 18%, respectivamente (Cuadro 9).
En el mismo Cuadro 9, se incluye la información de las precipitaciones caídas en los años 2020 y 2021, que dan comienzo a la nueva década y que muestran caídas aún mayores que los valores promedio anuales que se presentaron en la década 2010-2019. La situación al día de hoy es crítica, habiendo muchos productores que en la temporada en curso no pudieron completar los riegos, especialmente en la Región de O’ Higgins, pero también en sectores de las regiones del Maule y Ñuble. Por otra parte, en los secanos de Ñuble y del Sur (regiones de La Araucanía, Los Ríos y Los Lagos), el agua caída en muchas partes fue insuficiente, afectando, entre otros, cultivos de trigo, avena, raps y maíces para silo. Como ejemplos, se estima que la disminución de los rendimientos en trigo en la zona de la precordillera de Ñuble habría alcanzado a 20-25%, en la Región de La Araucanía para trigo y avena la reducción de rendimiento habría sido entre 15 y 20%, mientras que en maíz para silo, considerando en general las regiones de Los Ríos y Los Lagos, el valor de disminución debido al déficit hídrico podría estimarse en un 20%.
Cabe destacar, que el avance gradual del riego en la zona sur del país y las perspectivas de un mayor crecimiento en el tiempo, maximizando la seguridad de abastecimiento hídrico, serán un gran aliado para la agricultura de cultivos y el aumento de los rendimientos en el sur de Chile.
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