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Julio Rodiño Durán

Director Editorial

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Un mejor significado a la diversificación

Hace treinta años la fruticultura terminaba de consolidarse como una de las industrias más importantes de la economía chilena. En ese entonces si alguien nos hubiese preguntado cuál era la tarea pendiente del sistema de exportación masificado durante los años ochenta, casi todos hubiésemos contestado: diversificación de los mercados. Parece muy obvio, pero necesitábamos saber más de los mercados, explorar alternativas y conocerlos en profundidad. Chile se encontraba en una etapa en que había consolidado su sistema agronómico productivo; contaba ya con una buena base de profesionales y técnicos; se había reconocido a sí mismo como poseedor de cualidades excepcionales para la producción de fruta de alta calidad; y existían desde el punto de vista socioeconómico, político y de infraestructura, las condiciones para apoyar con todo a esta industria desde el estado y sector financiero. Pasado el tiempo, hoy en día la diversificación sigue siendo de alguna manera una tarea pendiente. Y quizás debemos entender que siempre lo será.

Como lo mencioné anteriormente, parece muy obvio pero la diversificación es un concepto desde el punto de vista económico financiero, importante y necesario para disminuir el riesgo y mejorar las condiciones de comercialización de los productos, y en esta tarea es indudable que ha contribuido mucho el quehacer de ProChile a lo largo de estos años. Sin embargo estamos al debe en lo que se refiere a los agricultores. Desde siempre hemos concebido la diversificación sólo como la búsqueda de nuevos mercados donde distribuir nuestros productos.

Es decir, comercializar los mismos productos de siempre con las correspondientes variaciones en presentación que nos exige cada mercado específico.

Pues no es esto. Este tema tiene una relación directa con la globalización, que de muchas formas ha provocado un efecto contrario al esperado. En un principio, se concibió la globalización como la solución para todos los problemas de comercialización a nivel global.

La idea era suprimir las barreras de mercado entre países y bloques de tal forma de crear un gran mercado común. Por supuesto que los más beneficiados serían los países con mayor desarrollo y una alta industrialización y que obviamente necesitaban ampliar sus mercados de colocación, a cambio de recibir materias primas e insumos, de forma preferente, desde los países menos desarrollados. No tardaron entonces en devenir los TLC (Tratados de Libre Comercio) entre bloques de países y países con similares características. Después de años, esto ha provocado un efecto contrario en el empleo de los mismos países industrializados que, con un standard de vida más caro, tienen sueldos que no pueden competir con los de países emergentes. Al mismo tiempo, otro efecto contrario al esperado fue que al tratar de unificar los mercados se estimuló una introspección de los mismos y, por lo tanto, una renovada valoración cultural, siempre con una mirada económica, de sus raíces, diferencias y costumbres. Resultado: una clara tendencia a proteger los orígenes, proteger lo que se considera único y culturalmente propio de un lugar, lo que a posteriori ha generado la protección de determinadas industrias.

Aprovechando esta valoración de los orígenes es que el agricultor debe pensar no sólo en ser más productivo o diversificar los mercados: debe especializarse en administrar sus diferencias, concebir otros productos para los mismos mercados e internarse en la cadena de transformación de sus productos primarios para agregarle valor a través de la industrialización. Esta diferenciación y mayor especialización es la que finalmente le dará por sí misma un mejor y mayor significado a la diversificación.

 

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