Como productores, asesores o en cualquiera de los diversos eslabones que componen la cadena agrícola de Chile, estamos más acostumbrados a ver la otra cara del consumo, la que la sociedad, y en especial la urbana, da por hecha. Pero cuando se trata de productos que Chile importa, y más aún, cuando esos productos están tan arraigados a nuestros hábitos de consumo, también nosotros solemos ver esta realidad solo como consumidores. Algo así ocurrió con el café. Si bien parece formar parte de nuestra dieta desde siempre, lo cierto es que en los últimos años tomó un rol de mucho mayor protagonismo, con mayor presión sobre sus formas de producción y calidad —todo lo cual se intensificó durante la pandemia y el encierro—. Quizás por eso, sobre todo desde 2019, hayamos notado o leído sobre el incremento de precios o la brutal caída de producción. De a poco, este 2023 promete reencausar la situación. En ambos extremos de la historia, el mayor responsable es Brasil. Para 2019, el gigante latinoamericano, y mayor productor mundial de café, sufrió su peor cosecha en 20 años. Por un lado, sequías que obligaron a reducir la producción; y por otro, a las heladas y las lluvias torrenciales, que dañaron gravemente las plantaciones. Lo mismo pasó en Colombia, con las dos últimas cosechas castigadas por las lluvias asociadas al fenómeno de La Niña. El cambio climático deja de ser una amenaza latente para ser un problema activo. Ya el año pasado el sector también se vio perjudicado por la crisis logística, que golpeó en especial a Vietnam, segundo mayor productor mundial. A su vez, en un cultivo que requiere de mucha mano de obra, la migración rural se convierte en una carga extra y en un alza en los costos. 

Pero como si se hubiera tratado de una noche dura, el despertar del sector se resuelve con más café. Para esta temporada se proyecta una mayor producción, lo que ha atenuado los precios mundiales: un 25% menos que en febrero de 2022, cuando el precio fue récord. Las estimaciones marcan 171 millones de sacos (de 60 kg), en gran parte gracias a la cosecha de arábica en Brasil, que ha entrado en el mejor año de su ciclo bienal. En un sector cuyo consumo parece ir en permanente aumento y cuyos límites solo estarían dados por las exigencias del consumidor, las cifras de producción y precios solo pueden ser indicadores saludables de una industria cada vez más despierta.

Fotografía: Instituto de Desenvolvimento Rural do Paraná