Eslabones cada vez más fuertes
El camino para las mujeres en el agro ha sido largo y, muchas veces, adverso. Pero las soluciones siempre pasan por escuchar, proponer, articular y vincularse.
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El carácter cíclico de la agricultura brinda la invalorable oportunidad de aprender de los errores y, no sólo no repetirlos, sino de incluso enmendarlos. La industria vitivinícola ha cambiado mucho en los últimos años y lo que tiempo atrás podía considerarse apropiado, los parámetros actuales ya no lo sustentan. Algo así ocurrió con la viña […]
El carácter cíclico de la agricultura brinda la invalorable oportunidad de aprender de los errores y, no sólo no repetirlos, sino de incluso enmendarlos. La industria vitivinícola ha cambiado mucho en los últimos años y lo que tiempo atrás podía considerarse apropiado, los parámetros actuales ya no lo sustentan. Algo así ocurrió con la viña Miguel Torres, cuyo plan de replante apunta a encontrar un balance entre las necesidades comerciales y lo que ofrece cada terroir, un concepto del que tiempo atrás no se hablaba.
Según recuerda Eduardo Jordán, gerente Técnico de Miguel Torres Chile, a partir de cierta oportunidad comercial que veían en el Chardonnay y la disponibilidad de algunas hectáreas libres, se había plantado esa cepa en un lugar que, sin embargo, no era el más adecuado por sus características. Así, lo que en su momento se decidió con determinados parámetros, hoy ya no tiene el mismo sentido. Por eso, el replante les da la oportunidad de corregir lo que ahora ven como un error.
Junto a eso, la productividad fue el segundo gran factor que motivó el replante, ya sea por vejez de las plantas o bien por motivos sanitarios, sobre todo por enfermedad de la madera. Cuando en cada cuartel quedan 3.000 plantas, de las 4.100 que había en un inicio, el replante deja de ser solo un costo para ser también una inversión.
Ante esa necesidad es que la empresa definió una estrategia en la cual, desde el 2016, cada año se replanta el 2% del total de la superficie, ya sea cambios de plantas por otras de mejor calidad o incluso de otra variedad. El otro camino que tomó Miguel Torres es un aumento del 4% en superficie, que terminará este año con un total de 51 hectáreas adicionales, lo que representa un aumento del 19%. “Esto se debe a que nuestros viñedos son manejados en forma orgánica y nos hemos aumentado mucho la venta de este tipo de vinos y no es posible encontrar en el mercado la cantidad de uvas que necesitamos con esta condición orgánica o no cuentan con la calidad requerida”.
LA DECISIÓN EN NÚMEROS
Si el factor terroir puede ser subjetivo, la decisión de sacar los Chardonnay se hace obvia cuando se la pone en números. “Estaba produciendo demasiado poco. Por ejemplo, una línea que costaba US$45 la caja y producía 6.000 kilos por hectárea no es rentable. Esa productividad es para un vino que vas a vender más o menos sobre US$100 FOB la caja. Ahí se paga y tú lo puedes mantener con una productividad baja y todo”.
Por el lado de los costos, Jordán explica que la inversión depende de cómo se haga el replante, si se tiene espaldera, el tipo de riego, etc. Estima que plantar una hectárea cuesta más o menos US$10.000, sin el sistema de anti heladas. “Entre $8 y $9 millones es más o menos lo que te cuesta hacer una plantación hoy día. Eso incorpora el trabajo de suelo, las plantas, todo lo que es la replantación, el manejo de suelo previo, el laboreo de suelo, todo lo que es la plantación”.
Luego, con la formación suma otros 2-3 millones de pesos, que dependen de las distancias de plantación y tipo de postes, sobre todo. Para el riego por goteo calcula otros 3-4 millones de pesos, sin entrar en detalles del tamaño del proyecto, zona de bombeo y distancia al viñedo. Por último, el control anti heladas le suma al proyecto alrededor de 4-5 millones de pesos adicionales.
UNA CUESTIÓN DE OBJETIVOS
Tras haber tomado la decisión de replantar, luego lo que sigue es analizar qué va a tomar su lugar y de qué forma se hará. Pero el camino, para Eduardo Jordán, será siempre el mismo: todo en función de un objetivo. “El error de muchos productores es no partir del final hacia atrás. Yo determino para qué es el viñedo y ahí lo planto”.
Así, si lo que quieren es Cabernet Sauvignon para una caja de US$40, buscan un clon que sea un poco más productivo y que asegure una producción de 12.000 kilos por hectárea. Si el objetivo es algo de Cordillera, que corresponde a una de las líneas icónicas de la viña, como el Cabernet Sauvignon Manso de Velasco, no le interesa tener 14.000 kilos, sino producciones de entre 6.000 y 10.000 kilos por hectárea, para lo que las plantas masales pueden funcionar muy bien y además les brinda mayor variabilidad.
Al momento de definir el diseño, el objetivo de la viña vuelve a surgir como factor decisivo. Si consideran un precio promedio de venta nacional en torno a los 28-29 dólares la caja de doce, son vinos que sí o sí buscan cosechar a máquina, por lo rápido pero también porque al haber menos gente disponible les resulta más barato: entre 200 y 250 mil pesos por hectárea se puede cobrar el servicio mientras que la cosecha a mano de un viñedo normal estará entre 350 y 400 mil pesos, grafica el experto.
“A nosotros como Miguel Torres cosechar a máquina nos cuesta cerca de los 300 mil pesos por hectárea. Tenemos máquina propia pero el valor incorpora la mantención de la máquina, el operador de ésta, el equipo que va a cosechar en las noches y el traslado de la maquinaria. Todo. En cambio, cosechar a mano, en Miguel Torres nos sale entre 600 y 650 mil pesos por hectárea. La diferencia es grande, es casi el doble cosechar a mano, por lo tanto en aquellas hectáreas que están destinadas a la caja de 40 dólares todo tengo que tratar de cosecharlo a máquina”.
FILOSOFÍA FRANCA
Si bien los objetivos son dinámicos, y pueden cambiar con el correr del tiempo de acuerdo a las tendencias de consumo o avances tecnológicos, hay ciertas cosas que se mantienen. Eso es lo que da a una viña una identidad, algo que Miguel Torres ha sabido resguardar. Y en ese sentido, un ejemplo lo brinda el uso de portainjertos, una herramienta que no entró en el plan de replante por cuestión de tradiciones.
Si bien se hicieron ensayos en los que se incorporaron portainjertos, el 98% de lo replantado es a pie franco. La decisión tiene que ver con la filosofía que viene desde la familia Torres, en España, pero también hay sólidos argumentos técnicos. “Cuando tienes plantas que vas modificando el pie de la planta y arriba pones otra variedad, estás modificando mucho el lugar, interfieres mucho lo que te puede producir el lugar. Si tengo un Cabernet Sauvignon y lo planto en dos hectáreas en Curicó, voy a tener una calidad de un Cabernet. Pero si tomo ese mismo y lo hago con portainjerto, le pongo tres distintos, voy a ir modificando el lugar y a tener tres vinos totalmente diferentes”.
EL MIX
Quizás la palabra clave para entender el plan en Miguel Torres sea “balance”. Hay un punto en el que se cruza lo comercial y lo productivo, que a su vez considera factores ambientales y de sustentabilidad. Para ilustrar el concepto, Jordán propone un ejercicio.
“¿Qué variedad se adapta muy bien a Chile? El Syrah. Lo pruebas en el clima frío en la costa, buenísimo. Vas a un lugar caluroso como Colchagua, da un estilo distinto pero la calidad es muy buena. Vas a la montaña, a Los Andes, clima de altura y obtienes un Syrah extraordinario. Se adapta muy bien, sí, pero ¿cuánto de ese Syrah eres capaz de vender? Poco”.
Por lo tanto, según el experto, debe haber un mix que considere la calidad primero, pero también su potencial de venta. “Si haces pruebas de variedades muy específicas, como Petit Verdot, tienen que ser en cantidades más pequeñas porque qué vendemos en Chile: Cabernet Sauvignon, Sauvignon Blanc, Chardonnay, Carmenere y Merlot.
Al mismo tiempo, hoy es necesario también tener vinos que te muestren una diversidad de tu bodega, que estés haciendo cosas distintas al promedio”. Así, lejos de ser una decisión puramente agronómica, en Miguel Torres el replante es parte de un plan general que nada tiene de caprichoso.
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Robert Edition
6 minutes ago